La puerta
Anda por la estancia,
haciendo extraños movimientos,
como recordando pasos.
Mueve un par de cajas
y empieza a palpar el suelo,
tranquilamente, sin prisas.
Lo miro fijamente,
pero no sucede nada.
De repente,
tras un leve movimiento,
abre una trampilla de una de las losas
que decoran el suelo de la estancia.
Y sin miramientos, empieza a bajar.
Ando un poco reticente,
solo veo un gran hueco cubierto de oscuridad,
se que Lucas vuelve la vista hacia mi,
porque sus ojos relucen como pequeñas luciérnagas,
son hermosos pero a la vez intrigantes.
-¿Vienes?
- Todo esto esta muy oscuro - dije, tratando
de que el miedo no se me notara en la voz.
- No seas asustadiza, voy yo delante -.
Error, sí que se me había notado.
Había perdido la cuenta de cuanto
habíamos bajado desde que empezó el recorrido.
- Cuidado, ¡para! - y su voz sonó firme.
¡Pum!
- No pasa nada, el último escalón esta roto,
la madera empieza a ceder con los años.
Aquello no me tranquilizaba nada.
- Tienes solo que salta un escalón.
- Pero, si no veo ni mis pies.
- ¡Salta!
Y sin más salté. Sin mucha convicción,
sin mucho impuso, sin saber que esperar,
él me agarró.
Sentí sus brazos a mi alrededor,
su aliento tan cerca que podía olerlo,
cerré los ojos un momento
presa de los nervios involuntarios.
Al volver a abrirlos
él aún no me había soltado,
y me miraba con esos ojos hipnóticos.
- ¿Estás bien?
No pude más que asentir,
esperando que pudiera percibir mi respuesta.
- Bien, sigamos.
Y me soltó con cuidado.
- No queda nada.
De pronto, empezó a hacer frío,
pero no un frío glacial,
era una humedad que calaba la ropa
poco a poco, sin hacerse notar de repente,
pero que acababa enfriando
cada parte de tu piel.
- ¿Dónde estamos- pregunté,
tratando de aplacar mi curiosidad.
tratando de aplacar mi curiosidad.
- Observa - y noté su satisfacción
al decirlo.
Se agachó y cogió una pequeña piedra lisa,
sopló y comenzó a encenderse,
expulsando una luz tenue
pero suficiente como para ver una gran puerta
cubierta casi en su totalidad por una verdina espesa.
Puso su mano en lo que parecía
una oscuridad de la madera,
una de las pocas partes que la verdina no cubría,
y esta, tras un par de chasquidos se abrió.
Lucas empujó con fuerza hacia dentro,
y sin premeditación, corrí a ayudarlo.
Cuando miré que había al otro lado,
mis ojos no daban crédito.
Un inmenso bosque de grandes árboles
se abría ante nosotros.